Enseñabilidad de una ética universal (2)

Iván Girón

  1. Sobre la necesidad de la enseñanza de una ética universal.

En esta dimensión que planteamos, de ética universal, siendo que su objeto es el acto humano en cuanto libre, no pudimos dejar de notar, desde el principio de este ensayo, que la hallamos íntimamente estrecha con la noción de formadora. Esto nos lleva a preguntarnos ¿Puede ser la ética educadora universal?

La ética reflexiona directamente sobre los distintos sistemas morales. Al hacerlo se encuentra con diversas realidades, culturas, y que en el fondo halla a un hombre[1] al que quiere ayudar, con la esperanza de llevarlo a poseer un mayor bien. Esta esperanza ética sobre el hombre la lleva a ser, a querer ser educadora –no en vano se enseña ética a nivel universitario, incluso en carreras profesionales que no están enfocadas en el campo de las humanidades-. En esas realidades a las que se enfrenta, encuentra al hombre bajo paradigmas sociales que menoscaban su dignidad, que lo reducen, que lo cosifican. Pero para que la ética sea educadora necesita una posición, una valoración sobre el hombre y saber qué es y por medio de qué el hombre alcanza el bien pretendido por la ética. Por ende no podemos pretender una ética amoral, una ética que de alguna manera no tome posición frente a lo que el hombre le hace o no feliz, le haga o no pleno. Incluso, desde este aspecto, podemos afirmar que la presencia de una ética como formadora, es una necesidad urgente, porque urge formar al hombre. Por ello no podemos tolerar una ética indiferente, que reflexiona por reflexionar y por hacer historia.

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Enseñabilidad de una ética universal (1)

Iván Girón


¿Puede la ética ser universal, ser enseñada como tal, sin caer en determinismos,
sin afectar la libertad de todos y cada uno en particular?

Demos una rápido mirada al hombre: esparcido por todo el mundo, se ha a

grupado en diferentes grupos humanos y culturas. De ahí diferentes expresiones han surgido, en su forma de concebir e interpretar la realidad, en su forma de entrar en contacto con ella, en su forma de transformarla y sacar provecho material, estético, religioso; en su forma de “revestirse de ella” y elaborar su propia expresión cultural. Dentro de esas formas aparecen costumbres propias de cada cultura; la mayoría de ellas dignas de ser apreciadas, algunas extrañas y hasta repugnantes: Desde grandes bailes, peregrinaciones rituales, como también canibalismo, prostitución sagradas, etc… en fin, amplio es el dato humano en su condición cultural.

En este contexto, parece problemático pretender una ética universal, que sirva para todos y cada uno de los miembros del género humano, sin que su expresión más propia –su cultura- venga afectada o limitada. ¿Bajo qué parámetros o a qué apunta la ética para reflexionar aprobando o reprobando ciertas prácticas, cuando de enraízan a su expresión cultural?

Debemos indagar primero por la cultura y el hombre en cuanto ser cultural, la universalidad de la ética, y tercero por la necesidad de su enseñabilidad en toda cultura.

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¿Desde la visión de la Iglesia qué respuesta le da a los ateos?

Iván Daniel Girón hdv

Jaime Palacio Pbro.

Teodicea

12 de Agosto del 2011

 

 

A partir del numeral #21 de la Gaudium et Spes responder:

¿Desde la visión de la Iglesia qué respuesta le da a los ateos?

 

 

Primero que todo debemos afirmar que la Santa Iglesia Católica es Madre y Maestra de humanidad, es decir, más que preocuparse por los vientos de simples doctrinas parcializadas, se preocupa fundamentalmente por el hombre en cuanto hombre, por su sentido de vida y su plenitud. Como Madre, la Iglesia se preocupa por todos sus hijos, creyentes católicos o no católicos, e incluso ateos, pues su misión propia es hacer discípulos de Cristo a todas las gentes (cf. Mt 28, 19). La respuesta que da la Iglesia no va dirigida al ateo, sino al hombre en cuanto hombre.

En este sentido, como Madre, la visión de la Iglesia que se trasluce en el numeral 21 de la Gaudium et Spes, es a través de su propia visión antropológica. Ella conoce la necesidad intrínseca del corazón humano, se preocupa por dotarlo de esperanza y de sentido. Sabe que el hombre mueve su vida bajo una pregunta fundamental: la pregunta por él mismo. De esta pregunta central surgen otras tantas preguntas que se revisten de un carácter urgente y fundamental. Tales son: la pregunta por su origen, por su propio ser, por su obrar, por el mal, por el sufrimiento, etc. Sabe también “que sólo Dios da respuesta plena y totalmente cierta; Dios, que llama al hombre a pensamientos más altos y a una búsqueda más humilde de la verdad”.

Como Maestra la Iglesia no determina al creyente ni en su libertad, ni en su autonomía, antes bien, precisamente por ser Maestra, es formadora para que este hombre crezca a la luz del Hombre –Cristo-, en vista de hacerlo más libre, más pleno, para que se comprometa mayormente con su vida, contribuya positivamente en la sociedad e irradie con su testimonio la vida de otros. Ante todo pone de relieve la dignidad humana, su grandeza en relación con Dios.

En resumen, la visión atea plantea varias cuestiones, sobre las cuales despliega sus reflexiones, y sus supuestas pruebas sobre la imposibilidad de la existencia de Dios y del mal que supuestamente ha hecho el influjo de la religión en el hombre. Propone también, renunciar sistemáticamente a toda respuesta proveniente de la religión, entre otras.

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Formulación de la pregunta por Dios

Iván Girón


¿A partir de qué situaciones antropológicas el hombre

llega a formularse la pregunta por Dios?

La situación primera y última por el cual el hombre se pregunta por Dios, es la razón de su propia existencia. Es el problema fundamental de la misma antropología: la pregunta por el hombre. El hombre se pregunta, y ese es precisamente el problema. El hombre y la pregunta por su sentido es “la incógnita insoportable” -en palabras del doctor Conrado Giraldo-. Ese peso de la duda, que pone en evidencia su finitud, intranquiliza al hombre y le empuja a buscar una respuesta satisfactoria.

El hombre se haya frente a múltiples realidades que le superan del todo y se escapan de su entendimiento y voluntad. A menudo coartan su libertad y le limitan, y el hombre solo puede preguntar…

La pregunta misma, podemos decir, es una segunda situación antropológica que se incluye en la primera, precisamente porque el hombre quiere conocer, necesita conocer y porque es capaz de verdad. La pregunta le saca de su estancamiento, le obliga a avanzar.

Desde el hombre finito y su pregunta “insoportable” derivan otras situaciones antropológicas por las que se pregunta por un ser Infinito.

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